El canto enraizado. Pulso, ritmo y voz.
«Los ritmos musicales fascinan los ritmos corporales. Enfrentado a la música, el oído no puede cerrarse.» Pascal Quignard
Cuando reflexiono sobre las prácticas grupales del trabajo de la voz y el cuerpo, siempre pienso en el grupo como un gran organismo. El grupo un fractal de cada uno de sus integrantes, pero que a su vez posee una cualidad única: El todo es más que la suma de sus partes.
¿Cuánta potencia existe en la posibilidad de conexión grupal desde un lugar consciente?
Desde los más antiguos orígenes, los cantos son parte de la vida comunitaria, social y espiritual de los pueblos.
En cualquier comunidad originaria que aun mantenga sus costumbres, los cantos son utilizados para acompañar casi todas las actividades, tanto las cotidianas: cantos para la construcción, para moler, para la cosecha, para tejer, etc; como las espirituales: cantos rituales, cantos de la tierra, del aire, del agua, del fuego, de la fuerza, etc.
Desde mi perspectiva, éstos siempre nacen de un juego rítmico que se da entre los pies y el corazón.
Los pies como ese lugar de conexión con la tierra, de enraizamiento a la red que es el universo, y el corazón, muchas veces representado por el tambor, como motor de ese pulso vital que nos mueve y nos impulsa.
Aquí, la voz se manifiesta como la expresión vital de ese encuentro. Durante esos momentos, la propia voz pierde su cualidad individual y aparece otra, una que se ve transformada en el hacer colectivo y que se percibe plena de la más genuina sinceridad.
El Canto con Caja
Recuerdo un viaje que hice a Jujuy a un encuentro de copleras. Tradicionalmente ellas cantan en ronda, girando en círculo y al ritmo del golpe de caja. Pueden estar muchas horas copleando sin parar. La danza se enraíza en los pies. Podría describirse como un modo de caminar rítmico y acompasado que acompaña las cajas. Éstas marcan el pulso del corazón y desde allí nacen las voces, los cantos.
Hay coplas para distintos momentos del año y para ciertas actividades. También coplas para el amor y para el juego. Cada canto tiene su sentido de ser y no han de usarse para otro momento que no sea el propio. Así de importantes son para la vida comunitaria. Las coplas de invierno no han de cantarse en verano, las de la cosecha no han de cantarse en momentos de siembra y así.
En una de las tantas charlas que tuvimos, se les preguntó cómo describirían ellas de dónde les sale la voz. Y una contestó: “yo tengo una voz distinta cuando canto coplas que cuando canto sola. No puedo explicarlo, pero cuando estamos en la ronda, la voz me sale desde otro lado y no la puedo imitar fuera de ella”.
El Pulso Silencioso
Tanto las acciones cotidianas como las espirituales requieren de aunar fuerzas desde lo colectivo, para esto, con el simple ritmo marcado con los pies en la tierra, se empiezan a sincronizar los latidos de los corazones. El que toca el tambor marca el pulso. En los pueblos originarios, quien guía ocupa un lugar de importancia y de respeto dentro de la comunidad. Pueden ser machis, chamanes, lxs abuelxs. Desde los pies hasta la cabeza todo el cuerpo se vuelve un tubo resonante, así la voz brota con la fuerza del corazón.
Me resulta interesante el hecho de que muchas culturas consideran que el centro emocional se encuentra en el corazón y, sin embargo, para el budismo tibetano, este mismo centro se halla en la garganta. Roy Hart decía: “La voz es el musculo del alma”.
¿Qué hilos para esta red?
Pienso en la relación entre los pies, el corazón y la voz. Vienen a mi mente las palabras enraizamiento, consciencia colectiva, sabernos red. Expresarnos desde el corazón, desde el afecto, desde contemplar al otro como un igual. Soy mi cuerpo, soy el otro, soy el mundo. Y pienso en el sistema que nos obliga a desconectarnos cada vez más de esta sabiduría ancestral, de esa simpleza, de la propia escucha consciente y de la libre expresión. Creo que se hace necesario ir hacia adentro, silenciar los estímulos externos y conectar con la propia voz para poder ser una mejor versión de nosotros mismos, sabiendo que desde allí también contribuyo a construir una mejor versión del mundo.
Traigo aquí a Beatriz Pichi Malen, una cantadora mapuche a la que admiro muchísimo y que dice en una entrevista: “El canto me eligió y se coloco en mi cuerpo para poder expresarlo. Yo no pude sacar mi propia energía en el canto hasta que comprendí que cosa era ser mapuche. Mapuche significa gente de la tierra. Cantar significa re- ligarse a la tierra para poder ser, porque eso somos, gente de la tierra. La grandeza de la naturaleza de la tierra es que nos ofrece permanentemente situaciones nuevas, momentos nuevos. Entonces, todo eso hace que sea un ritmo, un ritmo del pulso, de latir. Un ritmo del pulso de la vida, un ritmo musical del pulso de la vida”.