Así, con el tiempo uno va transformándose y transformando. Así , con el tiempo, con la palabra, la voz, el cuerpo, uno se vuelve más sensible y resonante; el cuerpo va siendo dibujado por cada sonido que busca sutilmente donde resonar.
Puesto que todo lo que pasa, pasa afuera y también nos pasa dentro, nada nos es indiferente; el oír (distinto al escuchar sin duda) es ese sentido que no podemos censurar, frenar. No hay labios, no hay parpados; siempre despiertos, percibiendo, construyéndonos. Y de todas formas, existe aún la posibilidad de preguntarse si los sentidos pueden censurarse, todos ellos.
Dar a luz nuevas posibilidades de nosotros mismos… otras voces que nos hablen… ¿Cuántas otras voces de mí? ¿Qué pensamiento construir?
Dar espacio al descubrimiento de este diálogo resonante entre el cuerpo, la voz y la filosofía. Habitar el cuerpo, abrirnos a la escucha, vernos nacer transformados en nuevas voces, en nuevas contingencias del yo, del nosotros; nuevas percepciones sobre cómo nos relacionamos con nosotros mismos, con el otro, con el mundo.