Cultivar la interioridad, como la capacidad de habitar el "entre" y, desde allí, abrirnos a la experiencia de la propia voz.
Cultivar la interioridad nos invita a la profundidad de poder habitar el espacio donde acogemos las resonancias que nos llegan del mundo exterior, darles luz, integrarlas y, de esta manera, ayudar a desarrollar la consciencia individual y la consciencia relacional. En el trabajo consciente de la voz, este proceso se vuelve una herramienta necesaria y fundamental.
Según el diccionario, interioridad es la cualidad o la condición de interior. En psicología, se define como el espacio simbólico que posibilita el desarrollo individual y social. Un modo de entenderse puede ser como una experiencia o una vivencia. No tiene tiempo ni localización, sino que se construye, se siente y se vive de manera dinámica y continuada. Pienso que la interioridad se da en ese espacio simbólico de “entre”: adentro/ afuera simultáneamente.
«Somos un tejido vivo donde el movimiento es en sí el suceso, que le da forma y lo transforma, simultáneamente. No es como un telar quieto, sino más bien como una sinfonía viviente, que vibra. En la experiencia, todo se da en un orden múltiple, simultáneo y multívoco.» Roxana Galand
Como seres sociales, nos vamos haciendo y formando movidos por lo que nos provoca la relación con los otros y lo que eso dice de la relación conmigo mismo, nos vamos desarrollando en función de esas relaciones y, por lo tanto, podemos decir que somos en relación.
Cultivar la interioridad, desde mi perspectiva, nos invita a ejercitar el músculo del silencio, que como un músculo inmaterial nos abre a la escucha de todo aquello que está siendo callado por el excesivo ruido externo, la velocidad en que vivimos y la carrera por el tener en vez de ser.
Nos invita a abrirnos a la experiencia de “ser un cuerpo”, en vez de “tener un cuerpo” y, en ese ejercicio, y desde allí, no concebirnos a nosotros mismos como un espectador desenfadado de la realidad, sino como un actor situado en la realidad. Si entendemos que somos un fractal de la organización del cosmos y que nos manifestamos en ese espacio de “entre”, entonces, si soy mi cuerpo ¿soy el otro, soy el mundo?

La piel como campo de experiencia para la interioridad.
Me gusta pensar en que todos los sentidos son una derivación del tacto. Me abre a la perspectiva de la piel como un gran campo de exploración. La imagino como un órgano único que no tiene centro, sino que es puro borde. Tanto externa como internamente, la piel se continua en las fascias y recubre todos los órganos. Así, la información de un toque se expande hacia todos los recovecos.
El tacto está siendo constantemente convocado aunque no haya contacto como lo conocemos concretamente.
La percepción nunca es pasiva, es movimiento entre lo que llega y lo que se devuelve como reacción. La consciencia no es ni actividad ni pasividad, es ambas al mismo tiempo.
El tacto en si desborda el “yo toco” activo vs el “soy tocado” pasivo. Es los dos al mismo tiempo.
Topológicamente, el contacto no presume de cercano o lejano. No estoy menos tocado por lo que ocurre a 12000 kilómetros que de lo que está a mi lado.
Una mirada toca, un sonido toca, un aroma toca, un sabor toca… y viceversa…
Fractales
Membrana Plasmática
Esto me lleva a reflexionar sobre lo que posibilita la vida. Pienso en la piel como un fractal mayor de la membrana plasmática de la célula, y cómo la actividad de esta membrana que selecciona, reacciona y responde tanto a estímulos internos como externos, es la que posibilita el proceso metabólico que determina la vida. Eso que en biología se llama homeostasis, feedback o equilibrio dinámico.
Las funciones biológicas están determinadas por el correcto funcionamiento de este proceso de intercambio, nunca es estático, siempre dinámico y en constante cambio. Lo que lo posibilita es esa membrana donde se da el movimiento, ese espacio “entre” y, sobre todo, lo que ocurre en ese espacio.
Éxtimo
Dice Lacán: «Lo más íntimo justamente es lo que estoy constreñido a no poder reconocer más que afuera.»
La extimidad está bien representada en la figura topológica de la cinta de Moebius. Éxtimo alude a que lo más interno, lo más íntimo, se encuentra en el exterior. No se trata del espacio enmarcado y separado por la imagen, sino de una topología que remite a lo que vacila entre interior/exterior.
La relación puesta en foco, no quienes la hacen… Mirar el espacio entre las estrellas, en vez de las estrellas en sí… o mirar el flujo de los ríos, en vez de las islas en sí… y no sólo eso, sino esa circulación, ese feedback que se produce, ese intercambio… lo que sucede en el “entre”.
Lo que veo en el otro es un reflejo de mi mismo, pero que, en principio, no es reconocido por mí, esta velado a mi consciencia. En la dinámica relacional, en la interacción con ese otro, puedo reconocerlo, redescubrirme e integrarlo.
Cultivar la interioridad en el camino de la voz.
En mis reflexiones sobre el rol del profesor de canto, muchas veces me he preguntado qué es lo más importante para que se genere la entrega necesaria que posibilite la libre expresión de la voz.
Pienso que se hace necesario brindar un espacio de contención donde la persona se sienta acompañada, cómoda y, sobre todo, escuchada.
Esto tiene que ver con la capacidad de crear un dialogo amoroso y abierto con el otro que posibilite la transferencia. Un dialogo resonante que se genera en el poder habitar ese espacio de “entre”, donde se de lugar a una confianza plena para que la persona pueda entregarse al viaje de vulnerabilidad que conlleva la búsqueda de la propia voz.
Para esto, se vuelve fundamental la capacidad de “estar a la escucha”. La escucha en el sentido de apertura, de abrirse desde el afecto a recibir eso que el otro entrega. Digo el afecto en el sentido de dejarse afectar.
Es necesario crear un clima receptivo, un espacio donde el otro se pueda alojar. Escuchar desde el tono afectivo para crear la disponibilidad a la experiencia. Darse el tiempo de mirarse y escucharse uno mismo para luego mirar y escuchar al otro. Cultivar la propia interioridad para, desde allí, invitar al otro a desarrollar la propia, con la voz como guía en este camino de búsqueda.
“El silencio, en efecto, debe entenderse aquí no sólo como una privación, sino como una disposición de resonancia” J. Luc Nancy
Permitir que el otro pueda posarse, como una hoja de otoño que se deja caer mecida por la brisa al suelo, sobre la escucha receptiva del profesor, que como guía, va proponiendo nuevos recorridos que permitan la aparición de otros registros corporales, nuevas vivencias y sonidos que amplíen la resonancia de la voz.



